Un
día de tantos, un amigo religioso me pregunto sobre la vida eterna, sobre la
vida eterna que expone la iglesia, la vida eterna en el cielo. Estuvimos por
mucho tiempo conversando y no logramos llegar a una conclusión irrefutable para
ninguno de los dos. Al llegar a mi casa, un poco frustrado por no dar a conocer
totalmente mi punto de vista, (porqué sabía que me faltaba algo por decir) me
comenzaron a llegar muchas ideas que no dije mientras hablaba con él. Lo que se
me ocurría, lo anotaba.
La
vida eterna no está diseñada para los seres humanos. Dependemos casi toda
nuestra felicidad del mundo físico; un mundo que en algún momento dejara de
existir, y con ello nuestra felicidad también se extinguirá, en ese caso el
hecho de una vida eterna solo resultaría para nosotros una serie de hechos
ocurrentes, uno tras otro, que nos producirían miseria y tristeza; luego
felicidad, y tristeza de nuevo, al final el mismo resultado siempre sería la
tristeza. Nuestra vida se encuentra dependiente de lo físico, una buena casa, un
buen carro, una buena familia, una buena carrera, un buen escrito. En algún
momento de la eternidad lo físico morirá y nacerá de nuevo. El hecho de vivir
una eternidad nos hará morir y renacer una y otra vez. Encontremos algo que no
diferencie la vida de la muerte, lo que no es físico; algo que nos haga vivir
una plenitud eterna, y nuestro pequeño tiempo de existencia sería completamente
pleno.
Y
no es en realidad “algo” ya que no existe nada, es solo el hecho de vivir y
llevar nuestra vida con sabiduría y consciencia de la misma. La vida, y todo, es un ciclo, nos
trazamos metas, sufrimos para conseguirlas, luego las conseguimos y estamos felices
por ello. Luego tenemos otra meta y volvemos a sufrir y a estar felices de
nuevo cuando la conseguimos, y así dejamos que el tiempo nos consuma la vida,
persiguiendo metas y deseos. Tener la posibilidad de elegir nuestras metas y
pensar en ellas, analizarlas, y observarlas; observar nuestras metas anteriores
ya conseguidas y mirarlas con ojos de nostalgia, anhelo, y plenitud. Así
nuestra vida fluirá, como el agua de un rio, y podremos estar conscientes de
ello.
“Si con todo lo que
tenemos no somos felices, con todo lo que nos falta, tampoco”.
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